Mujer rural, ecofeminismo y soberanía alimentaria.

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Ser mujer y soberana de sí misma en el medio rural.

Ser mujer rural, amar la tierra, ser activista ecologista, amar los pueblos pequeños, la paz, la naturaleza, luchar por hacer visible la situación y derechos de las mujeres en el entorno rural y que se reconozca nuestro trabajo (como autónomas, agricultoras, cuidadoras de la salud, agentes del medio, transformadoras de alimentos…), estar en contra de la explotación y el maltrato animal, de los transgénicos, de las nucleares, querer comprar y vender productos directamente a través de canales cortos de comercialización y que se nos permita a las mujeres acceder a puestos organizativos sin ser relegadas a “labores de mujeres” es para mí parte del ecofeminismo.

Si las mujeres tuviéramos acceso a la actividad agrícola en condiciones de igualdad, organismos como la FAO han calculado que podrían incrementar la productividad de las explotaciones agrícolas entre un 20 y un 30%, y sacar del hambre a entre 100 y 150 millones de personas.

Mujer rural y discriminación de género.

Vivir en el medio rural siendo mujer es tarea que requiere de entereza cuando una no cumple con los patrones convencionales atribuidos a la mujer en la mentalidad tradicional de los habitantes de esos pueblos pequeños de la España profunda aún despoblada en vías de abrirse a una necesaria evolución.

Las bellas tradiciones de los ancestros rurales que reivindicamos y tratamos de conservar durante la repoblación de “nuestros” pueblos por parte de nuevos pobladores ya sean de otros países del mundo o del mismo país tienen un doble filo.

Por una parte son nuestra historia o costumbres entrañables que no quisiéramos perder, que queremos seguir manteniendo porque forman parte de nuestra cultura y queremos seguir transmitiendo a generaciones venideras. Por citar algunas, son las tareas tradicionales del campo efectuadas con respeto sostenible a la tierra, a los animales y desde la colectividad campesina que se da apoyo mutuo. Son las celebraciones y ritos populares ligados a la agricultura o fiestas de los pueblos, es la gastronomía popular basada en alimentos de proximidad que se han cultivado en los huertos particulares, son las reuniones con el vecindario a la fresca frente a la puerta de casa, abierta de par en par, el contacto amigable que favorece la convivencia  entre las pocas personas de estos pueblos chiquititos.

Por otra parte, nos encontramos también con las tradiciones que mantienen esquemas sociales jerárquicos y patriarcales que algunas personas ya no deseamos seguir en nuestras vidas. Tradiciones que juzgan y condenan la diversidad, no se abren a la aportación de nuevas propuestas diferentes a los modelos convencionales, repudian la libre elección de formar una familia homosexual, o monoparental, o violentan a las mujeres que viven solas sin pareja ni hijos .

Las mujeres rurales constituimos un colectivo de enorme heterogeneidad. por la forma de vida, siendo mujeres de todas las generaciones las que habitamos pueblos pequeños, campos, bosques, montañas. Por la organización social, están las autóctonas y las familias de la autóctonas que se fueron a otras poblaciones más grandes o ciudades y vuelven en verano y fiestas de visita; también las campesinas, las jubiladas, las “neo-rurales”, las inmigrantes… Nos distinguimos y complementamos por la variedad de actividades que desarrollamos: algunas somos empresarias, agricultoras, recolectoras, autónomas o asalariadas, funcionarias, trabajadoras en fábricas y almacenes de productos agrícolas, mientras otras desempeñamos labores que tienen lugar en el mundo rural, como las artesanías o elaboración de productos alimentarios artesanos.

Ciertamente necesitamos seguir concienciando al mundo (mujeres, hombres y otras identidades sentidas) desde la sensibilidad femenina y la conexión con las emociones hasta erradicar el patriarcado existente en absolutamente todos los ámbitos, lugares y personas. Aún queda mucho por hacer incluso donde parece que hemos avanzado bastante.

Aún más, quedan muchos machismos, situaciones de discriminación y violencia que parar en el medio rural donde la dominación del hombre sobre la mujer tradicionalmente relegada a trabajos que “la hacen más respetable como mujer” y siguen perpetuando el sexismo como las labores domésticas, dedicarse a ser la cocinera de la familia y la madre que cuida de los hij@s, la que cuida de su marido además de cuidar de sus familiares ancianos, a ser también la trabajadora en campos y huertos (pocas veces remunerada ya que la mayoría de las veces es un trabajo de ayuda al núcleo familiar), en fábricas, dedicada al funcionariado (secretaria, maestra, bibliotecaria, asistenta social, enfermera…), etc. Casi siempre tratadas como mujeres inferiores, sujetas a un trato desigual, en comparación con los hombres heterosexuales, involucrando salarios más bajos y desigualdad en el acceso a trabajos y servicios. Y además, ser solo reconocidas si se es la esposa del Sr … y no por identidad propia.

Este modelo tradicional de mujer constituye un elemento de integración e identidad de “lo rural”, de forma que las mujeres que no se adecúan a este modelo sienten la reprobación moral, y en el caso de ser nuevas residentes, pueden encontrar serias dificultades para integrarse (sic).

Necesitamos posicionarnos a través de la evolución del inconsciente colectivo de la mujer que hemos sido capaces de trabajar en nosotras, las que llevamos años cambiando el mundo desde nuestro propio cambio personal, transformando creencias y actitudes, diciendo: “basta!!” no permitiendo más abusos en nuestra persona-mujer ni en ninguna compañera.

Necesitamos sostener y participar en los grupos de mujeres ya creados, unirnos más solidariamente y crear nuevas sinergias. Es la demanda de estos tiempos que están fluyendo de lo individual a lo colectivo. Desde el Amor y sin juicios.

Las limitaciones que el androcentrismo del medio rural añade al trabajo de las mujeres no facilita su desarrollo personal y profesional. Como consecuencia de esta realidad, se está perpetuando el envejecimiento de la población del medio rural y agrícola, que pone en entredicho el futuro de este ámbito.

Así mismo, se está produciendo también un estancamiento en el desarrollo de los pueblos por no permitir las generaciones más antiguas el paso a personas con nuevas propuestas e ideas para la mejora de los pueblos, y menos si son mujeres las que exponen sus opiniones y quieren aportar. Las decisiones en el mundo rural siguen siendo de los hombres y hay ámbitos como la agricultura, la ganadería, la construcción, los trabajos forestales, etc, en los que las mujeres pueden ser tratadas de manera humillante aunque sean ingenieras agrícolas, veterinarias, aparejadoras, arquitectas, licenciadas en medio-ambiente o en turismo.

Nuestra vida está compuesta de tierra, agua, viento, nieve y sol. Aquello que no es bueno para la tierra, tampoco lo es para nosotras.

Según datos publicados por Mundubat en la revista Soberanía Alimentaria, la mayoría de mujeres que son titulares de fincas agrarias en el estado español optan por una agricultura ecológica, en vez de la convencional. Estas mujeres optan por una economía centrada en la sostenibilidad de la vida y son protagonistas de un cambio de modelo basado en la satisfacción de las necesidades.

Soy mujer y me voy a vivir sola al campo.

Voy a hablar de una de las partes feas que puede conllevar el medio rural porque es muy necesario darle visibilidad: sobre el maltrato, la humillación y el abuso que padecen muchas mujeres que van a vivir sin pareja, solas con o sin hij@s o en pareja con otra mujer a pueblos rurales. Mayor puede ser esta violencia si se trata de una mujer racializada o inmigrante, en cualquiera de las situaciones anteriores.

En la mentalidad patriarcal y machista, del derecho a pernada, una mujer es más respetada cuando es “pareja de”, “casada con”, monógama, blanca, heterosexual o viste y se comporta como es más aceptado socialmente . Muchísimas mujeres que viven en el medio rural sin pareja estable son acosadas, humilladas y por tanto víctimas de violencia de género. Algunos hombres de los pueblos se creen con derecho a solicitar sus servicios sexuales, a comentar e interferir en sus vidas privadas, a burlarse de ellas o a atribuirles actos totalmente falsos y fuera de lugar. Las mujeres “solas” en el medio rural muy injustamente, a menudo ven seccionada su libertad de acción, su libertad relacional y su libertad de ser como son.

El grave problema al que se enfrenta la mujer que vive sola en el medio rural y en los pueblos pequeños si carece de una red de sostén por parte de otras mujeres o personas cercanas es la imposibilidad de hacer visible el maltrato, discriminación, humillación o violencia a la que es sometida. Existen varias razones para no hacerlo que la revictimizan, como son:

– Enfrentarse al desahucio de la población si hablan de quienes la discriminan o abusan, sobre todo si los que maltratan son personas autóctonas bien consideradas. No será validado su testimonio, otorgándole cero credibilidad, sobre todo si carecen de pruebas fehacientes.

– Pueden padecer aislamiento, segregación o bullying, y sus hij@s si los tienen, también los padecerán.

– Pueden ver cerradas puertas a trabajos en la población, afectando esto a su economía, desarrollo personal e integración.

– Tampoco harán visible sus circunstancias por miedo a sufrir ataques directos o indirectos por parte de sus vecin@s.

Propuestas para la soberanía alimentaria desde el ecofeminismo.

Quedan aún muchos patriarcados imbricados en el las memorias colectivas ancestrales para erradicar todos los prejuicios sexistas y avanzar hacia una nueva visión del mundo, construida sobre los principios de respeto, de igualdad, de justicia, de solidaridad, de paz y de libertad.

Soberanía personal, soberanía colectiva y soberanía alimentaria son necesarias para una resiliencia real y para la autodeterminación de los pueblos.

“La soberanía alimentaria no será posible si no se logra construir sobre bases de igualdad, eliminando cualquier discriminación hacia las mujeres, conscientes que un cambio de modelo no puede seguir perpetuando desigualdades. La Soberanía Alimentaria debe integrar la ética del cuidado que supone darse cuenta que un modelo respetuoso con la naturaleza también engloba un modelo de convivencia y cuidado entre los seres humanos, que cuidar y ser cuidados es un derecho y una responsabilidad de toda la población, hombres y mujeres, así como una obligación del estado.

Muchas mujeres comprenden vitalmente el sentido de la agricultura campesina y apuestan por un mundo rural vivo. Y son ellas, con sus nuevas formas de liderazgos, con sus nuevas formas de hacer y ser, las que se convierten en creadoras de alternativas frente al modelo socioeconómico actual, aparentemente invencible. Son mujeres que van a contra-corriente, convencidas de que el cambio no es sólo posible sino que es necesario porque de ello depende la supervivencia de toda la humanidad en el planeta.

Mujeres que desafían día a día los mandatos de una sociedad patriarcal que pretende excluirlas y someterlas a su rol de madres y esposas. Mujeres que apuestan por un modelo de sociedad en que las emociones, el afecto y el cuidado sean una ética de vida para hombres y mujeres. Mujeres que con sus prácticas y su manera de ver el mundo, distintas a las hegemónicas, forman parte de un proceso de resistencia crucial.

¿Cuándo llegará el día que el ser hombre o mujer sea igual de formidable, sin ningún tipo de subordinación o supremacía?” (1).

(1)- Mundubat: Revista Soberanía Alimentaria, biodiversidad y culturas. Me alegra haberme topado con bibliografía diversa que corrobora y coincide con lo que he venido observando durante mis años de vida rural, cuando iba escribiendo este artículo.
Agnès Pérez
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